Catherine MARTY: Tengo el placer de recibir al señor Jean Oury. ¡ Apenas oso presentarlo pues pienso que todo el mundo lo conoce! Entonces, Usted nos hablará de libertad de circulación y espacios del decir. ¡Espacios en plural! La cuestión queda planteada.
Jean Oury: Es una cuestión muy antigua, por supuesto, que se remonta a unas decenas de años. Está en relación con una práctica de la vida cotidiana junto a gente de todo tipo, de la cual la mayor parte son psicóticos. Entonces, a priori, una suerte de decisión es pensar que en este género de personas, como en cada uno —aquellos que Lacan llama “parlêtres”— hay deseo. No solamente el deseo del cual hablan desde hace unas decenas de años, lo que yo llamo el deseo de pacotilla de los nuevos filósofos, sino el deseo inconsciente en el sentido de Freud, rearticulado de manera extraordinaria por Lacan. Hay deseo incluso en las personas consideradas como las más retrasadas, incluso en aquellas que tienen un CI de 30, los idiotas, los cretinos. Hay deseo y es eso lo que está en cuestión: podemos decir que es una decisión ética. Entonces, si hay deseo, hay una dimensión, por mínima que sea -esto puede hacer sonreír a algunos- una dimensión analítica, psicoanalítica en el sentido de Freud. Lo cual no quiere decir que intentaremos curas —de todas maneras las curas típicas no son tantas— pero a fin de cuentas hay ahí una dimensión de reflexión que debe considerar el deseo inconsciente. Y si tomamos en cuenta el deseo inconsciente, ponemos en cuestión ese concepto fundamental, que ha sido articulado por Lacan hace tiempo, el concepto de transferencia. Hay transferencia.
Pero simplemente el decir, incluso al nivel de las palabras, “hay transferencia”, sabemos bien lo que esto significa. La transferencia, etimológicamente, se corresponde a eso que Freud llamaba —pero es la misma palabra— “Übertragung”, o incluso el nombre que llevan los colectivos en Atenas, los “métaphores”, es decir, portadores y transportados. Ahora bien, hay transferencia, y es así desde los orígenes, incluso antes de que Freud llegara a conceptualizar de manera muy precisa la palabra “transferencia”. La transferencia estaba en relación con un movimiento, una especie de desplazamiento, de investimento mismo sobre el cuerpo; enseguida eso tomó otras dimensiones. Entonces hay movimiento: cuando decimos transferencia decimos movimiento, decimos deseo inconsciente. Resulta paradojal querer, no solamente tratar, sino en fin volver la vida un poco menos miserable a ciertas personas, sin tener en consideración que son “parlêtres”, es decir, que no son animales. No quiero hablar mal de los animales, los aprecio mucho, de cuatro patas, los gatos, los perros..., pero no hay palabra en ellos. Cuando un gato me hable diré que existe tal vez transferencia por ahí, pero de otro modo no la hay, se trata completamente de otra “dignidad”.
La puesta en acción de la vida cotidiana debe tener en cuenta esto. Pero ¿por qué este prejuicio de la vida cotidiana? ¿Es acaso un prejuicio de no sé qué perversión doméstica? Cuando “tomamos a cargo” a alguien (este término, “tomar a cargo”, ¿por qué no?), algunos compañeros dicen: “cuando tenemos una función fórica (“de portar”); cuando tomamos a cargo un psicótico o un esquizofrénico, aun si lo vemos con técnicas más precisas como aquellas, por ejemplo, de Gisela Pankow y muchas otras, si lo vemos una vez, dos veces, incluso tres veces por semana, una media hora cada vez, hago la cuenta: en una semana, hay siete días. Siete días menos media hora, menos una hora, ¡queda no poco tiempo, de todas formas! Ahora bien, del hecho mismo de la cualidad de este género de personas, nos apercibimos que aquello que he llamado hace ya bastante tiempo “la transferencia disociada”, es una hipótesis, esto quiere decir que existe una transferencia dispersa que puede manifestarse, no únicamente sobre el terapeuta que lo ve una vez por semana, sino que va a manifestarse toda la semana, entre las sesiones, como decimos.
Por otra parte, es algo completamente banal, incluso fuera del tratamiento de psicóticos: sabemos que para alguien que va a análisis, no todo ocurre dentro de las sesiones. A menudo, la interpretación se realiza justamente en la inter-sesión, en la esquina de una calle. Algo puede ser desencadenado por la sesión, pero la interpretación a veces no está en absoluto al mismo nivel del consultorio del analista, ésta se hace tal vez en el tren; vamos a tener un encuentro, vamos a encontrar un texto extraordinario... Pero todo esto está tomado en el proceso analítico, casi mantenido puntualmente.
Del mismo modo en el psicótico — ¡y ahí es aún mucho peor! — todo no será dicho dentro de la sesión, ¡lejos de ahí! Es simplemente para intentar desencadenar algo. Para poder seguir verdaderamente a un esquizofrénico en un proceso analítico (lo que es de todas formas raro) se requiere — por necesidad “estructural”- al menos una persona, un analista que esté en una posición particular, y que pueda asumir lo que yo he llamado, sin entrar en detalles, “la función”, es decir, fuera del campo, no solamente práctico sino fuera del campo lógico de la vida cotidiana. Esto no quiere decir que no deba estar en la vida cotidiana, ¡es otro asunto!. Y luego se requiere una decena de personas, lugares, etc... Porque nos damos cuenta de que hay investiduras, que Tosquelles llamaba “multireferenciales”, es decir, multi-investiduras, las más parciales investiduras.
Vemos, a veces, que aquello que se juega tiene una importancia enorme para ciertas personas: cosas que ni siquiera conocemos, inesperadas, por ejemplo, al pie de un árbol. Recuerdo que para un esquizofrénico, lo que contaba para él, se trataba de un asno que había en la pradera. Le daba de beber al asno, y eso era la única cosa que reconstruía el mundo para ese tipo. Si suprimimos el asno diciendo que no es muy elegante como analista, ¡estaremos errándole completamente al tiro! Lo que cuenta es el conjunto.
No vamos a entrar en detalle, pero hay ahí todo un medio que puede funcionar, un medio social, micro-social, con un conjunto de gente de toda naturaleza, lo que hemos llamado las “constelaciones”. ¿Qué es lo que cuenta en la vida cotidiana? Puede ser tanto el compañero como el médico, un cocinero, un jardinero, un enfermero. Ahí, no hay “estatus”, nos tiene completamente sin cuidado, son simplemente afinidades. Esta gente ahí, lo quiera o no, se ha vuelto responsable, portadores de investiduras parciales que ellos mismos ignoran. Pero si queremos llevar a bien una suerte de metabolismo del tratamiento, debemos reconocer a esta gente y trabajar con ella. Y entonces vemos que existen modificaciones extraordinarias del comportamiento, pero no simplemente del comportamiento, de la estructura misma de la persona que ha sido tomada a cargo por un colectivo así. Aquí yo no hago más que relatar aquello que ya decía, hace más de cuarenta años, Recamier, cuando hacía referencia a la Clínica de Chesnut Lodge, con experiencias sobre las cuales deberíamos volver.
¿Por qué recuerdo esto? Es para decir que a fin de cuentas, para que pueda haber multi-investiduras es necesario puntos de “referenciabilidad” múltiples. Esto no requiere simplemente un cierto espacio, necesita una posibilidad de que la gente pueda, no solamente acceder a tal o tal punto (¡no es un juego de pistas!) si no también circular, caminar, descubrir, encontrar espacios o personas diferentes. Inversamente, en ciertas ocasiones he visto llegar a La Borde gente en ambulancia, atadas, amarradas a las camillas, que venían de establecimientos que no citaré. Por supuesto, podemos jugar a San Vincent de Paul : “Vamos, milagro, deshago las amarras, y funciona”. ¡Es verdad que eso ha funcionado! Koechlin hizo lo mismo en un hospital, en Montreal, donde había salas enteras con gente atada. Está bien, pero ¿qué es lo que hacemos una vez que están desamarrados? ¿Los ponemos de pie? El año pasado hubo un tipo que llegó, hacía 24 años que estaba en el hospital, ya no sabía cómo mantenerse de pie. E incluso ahora se tiende en el suelo, pero todo el mundo se ha habituado, a todo el mundo le da lo mismo: él se tiende en cualquier parte y seguimos hablándole, él no dice nada, eso no hace nada. No tiene perturbaciones neurológicas pero ya no sabe hablar, ni tenerse en pie. Esto es interesante: acoger a ese tipo. Al cabo de un año, todo el mundo lo conoce, él ha investido muchas cosas. Pienso en él porque antes de ayer estaba con su hermano y entonces - somos un poco brutos en esos casos — decimos : “¿Cómo está?”... En fin, ¡no sabemos muy bien qué decir! Él estaba contento de estar ahí, con su hermano, pero no quería sentarse, ¡por una vez que se tenía de pie! Al final, con sonrisas, me hizo (como siempre) un signo de la cruz, como si yo fuera el pequeño Jesús, y ahí sacó su paquete de cigarrillos, Gauloises. Sacó un cigarrillo, tomó el suyo, tomó nuevamente su paquete de cigarrillos, sacó otro y me lo ofreció. ¡Afortunadamente yo no estoy por la ley Evin! Yo tomé un encendedor y encendí mi cigarrillo. Y ahí, una sonrisa, pero ¡extraordinaria! Y esa sonrisa vale la pena. A veces hacen falta años para una sonrisa, pero ahí, por algunos instantes, estaba, había una sonrisa. Es infinitamente más importante tener una sonrisa que tener una especie de tipo que les recita su tabla del Edipo o que les habla de su abuela. Una sonrisa, y ¿qué había detrás de esa sonrisa? Detrás de esa sonrisa había ciertamente lo que podemos llamar una emergencia.
¿Cuál es el objetivo del psicoanálisis? Por supuesto es una moda que cuesta caro, pero a fin de cuentas, ¿a qué nos conduce? A veces, no conduce a gran cosa, hay que decirlo. Pero cuando se logra, ¿cuál es su finalidad ? No la finalidad con una meta, con un cordel y una zanahoria, sino la finalidad en el sentido de mi amigo Jean Gagnepain, que habla de la “teleótica”. La teleótica, es un vector de dirección. Esto no quiere decir que vamos a alcanzar el objetivo, pero es por ahí. Ahora bien, la teleótica, me parece que cuando alguien está en apuros —o incluso no, si no lo sabemos, es a menudo peor— eso debe conducir a la conjunción de algo, y a una emergencia. Emergencia del deseo, es quizás mucho decir, pero emergencia.
Y ahí, yo retomo las distinciones de Lacan y sobre todo de Levinas: la distinción entre el decir (dire) y el dicho (dit). Yendo rápidamente: si no hubiera decir, no habría dicho. El decir es una fábrica, es algo del inconsciente, no es muy lejano de lo que Lacan llamó, de manera magistral, “lalengua”... El decir, es lo que es más importante, quizás, dentro de la posibilidad de reagruparse, de delimitarse. Dentro de la esquizofrenia o dentro de la psicosis grave, hay una suerte de escisión del decir.
Y el decir no está lejos del deseo inconsciente. Incluso Levinas -él no tenía una noción clara del inconsciente pero, por otro lado, es de todas formas un genio— en un libro magnífico, “Distinto a ser o más allá de la esencia”, hace la aproximación entre el decir y el deseo, todo ello tomado en un espacio, “anárquico”, es el término mismo de Levinas. Entonces, ¿cuál es el objetivo, en el sentido teleótico, de todo proceso analítico? De un proceso analítico en el sentido amplio, como con ese esquizofrénico que no sabe más mantenerse de pie pero que me ofrece un cigarrillo, que no pronuncia palabra y que yo ni siquiera veo en forma regular. Él es visto por otros, pero yo debo contar para él, el puro simbólico, yo soy tal vez Dios, ¡no tengo idea!... No es una sobrecarga en todo caso. Es lo que él ha sentido, que eso no me sobrecargaba, es por ello quizás que tuve el derecho a un cigarrillo. Pero ahí, lo que está en cuestión, es la emergencia de algo. ¿De qué? Pienso que existe una noción que podría servirnos ahí, pero no es en diez minutos que podemos enunciarla, es una vez más una noción de Lacan.
Lacan, desde mi punto de vista, es una mina extraordinaria. A menudo, digo que no hay nada más simple que Lacan porque hay que registrar, podemos sacar muchas cosas y nunca es lo mismo cuando lo releemos, hay que leer diez, quince veces las mismas cosas.
Y en un seminario, “De un discurso que no fuera del semblante”, desde las primeras páginas dice cosas extraordinarias. Él dice: “El discurso del inconsciente es una emergencia. Es la emergencia de cierta función del significante”. Habría que revisar todo lo que dice, retomado particularmente en un texto muy difícil que se llama “El atolondradicho”, que habla del semblante en tanto agente del discurso, es decir, agente de la estructura. Este discurso, es justamente la puesta en movimiento del significante. Para aquellos que están pensando en ello, es : S1-S2 —es el discurso del amo— y en el lugar de la producción, está “a”. Ahora, el Semblante, es la primera posición de arriba, a la izquierda, es decir, lo que va a lanzar, ser el agente del discurso. El agente del discurso, ¡esto no quiere decir que nos vamos a poner a hablar como en la cámara de diputados! Incluso si no decimos nada, podemos estar dentro del decir, y el discurso está lanzado. Pero justamente en la esquizofrenia, el agente del discurso está completamente hecho pedazos y el objeto del deseo mismo está disperso. Se trata de un proceso en el que habría que hacer toda la arquitectónica, toda la cartografía.
Yo digo “libertad de circulación”, esto quiere decir que para que pueda existir libertad de circulación se requiere, por supuesto, la existencia de un espacio y una circulación ya en el sentido concreto del término, poder caminar. Tener la libertad de caminar es a veces tener la libertad de quedarse en el lugar. Porque la circulación no se hace simplemente con los pies, puede estar también dentro de la cabeza: una circulación, la libertad de estar tranquilo. Yo cito a menudo a alguien importante en la administración que me decía, hace algunos años : “Pero ¿qué es lo que podemos hacer por Ustedes?” Yo le respondí: “Dejarnos en paz”. Por supuesto no fue bien visto, sin embargo, no impide que sea muy importante estar ahí, no en una espontaneidad en el sentido del espontaneísmo más decadente, sino en una estructura que permita que valga la pena ir de un punto a otro. Simplifico: ir de un punto a otro, esto quiere decir que si tomamos dos puntos, A y B, es necesario que B no sea como A, sino no vale la pena desplazarse y fatigarse. Ahora bien, si existe toda una tablatura de diferenciación, es decir, una especie de tabla de distintividad, en ese momento podemos ir de un punto a otro sabiendo que a cada punto al que llegaremos no será igual al primero. Es a fin de cuentas una tabla de estructura; la libertad de circulación exige que exista una tabla de distintividad. Podríamos decir de forma bien fantasiosa, que es un poco como el Gran Otro, con distintividades, concatenaciones y cosas como esas. Vemos bien que es justamente trabajando estas distintividades que podemos cambiar algo de los itinerarios o los caminos. Pero no se trata de decir a alguien: “¡Vamos, circule!”. Esto debe llegar solo. No del todo solo, es necesario que haya un mundo, dicho de otra manera, que haya otros. Eso necesita por lo tanto una estructura colectiva donde podamos cultivar el “con”, desconfiando de esta palabra. Yo intenté hacer una metapsicología del “con”: ¿dónde podríamos ubicar eso? Yo lo había ubicado entre la paraexitación y la represión originaria — en fin, ¡esos son mis asuntos! — pero yo desconfiaba del mito del mit. Mit, en alemán, es el “con”. Pero lo importante es que haya posibilitaciones, por el hecho que hay otros que están ahí.
Sabemos bien que dentro de las psicosis — pero desafortunadamente, no solo en las psicosis — el otro no cuenta. Existe una suerte de confusión de sí mismo y el otro, pero no estamos aquí para intentar abrir eso a la fuerza por algún comportamentalismo... Estos límites que ni siquiera lo son, límites no limitados entre sí mismo y el otro. Estamos aquí para que esto pueda abrirse, con ciertas condiciones. Y para que eso pueda hacerse es necesario cambiar de lógica, no quedarse encerrado en esta pseudocientificidad de fin de siglo. Es a la instalación de campos de concentración que conduce un lógicopositivismo degenerado. Lo que cuenta para la relación al otro, ciertamente no es el llenar cuestionarios o hacer evaluaciones... A menudo yo digo que los cuestionarios han reemplazado las verdaderas cuestiones. Lo que está en cuestión es a menudo un pequeño detalle... Esto yace en los detalles. Es una frase de la cábala : “Dios se encuentra en los detalles”. Pero no solo Dios yace en los detalles, existen también investiduras que pueden cambiar la vida de alguien. Pero para que esto ocurra, ¿cómo hacer? La lógica de la que hablo, es una lógica muy compleja. Esta progresión exige la existencia del pasaje de un punto a otro, una lógica del pasaje. Para la lógica del pasaje remítanse a un gran especialista (que desafortunadamente se suicidó precisamente en un pasaje, perseguido por la SS), que se llama Walter Benjamin. Él había estudiado todos los pasajes que había citado Baudelaire, todos los pasajes de París y de otras ciudades. Los pasajes, hay que considerarlo, es franquear ciertos umbrales, atravesar. Hablábamos hace un rato de Guattari y de la “transversalidad”, es un poco la misma cosa. Para atravesar los pasajes, ¿qué lógica se necesita? En particular aquella que podemos retomar muy en detalle a partir del desciframiento, que ahora es muy elaborado, de la lógica de Charles Sanders Pierce (tengo amigos en Perpignan que están muy especializados en Pierce).
Aquello que se descuida en la epistemología habitual, tanto en Karl Popper como en tantos otros, es que existe, además de las inferencias inductivas y deductivas, lo que Pierce llama “inferencias abductivas”. Ahora bien, ¿qué es lo que cuenta en la vida de todo el mundo? Es importante, la deducción y la inducción, pero es necesario que exista antes la abducción. En Pierre y Marie Curie, por ejemplo, su descubrimiento del radio fue hecho por abducción: es por azar que abriendo un cajón encontraron las placas con las impresiones. ¿Qué quiere decir esto? Ellos no metieron a propósito las placas sensibles al lado de no sé qué mineral. A partir de allí, hicieron una abducción: esa reacción no era un artefacto. Para simplificar, frecuentemente digo que la mejor manera de hablar de la abducción es la forma en que lo ha hecho Antonio Machado, poeta español extraordinario: “Se hace camino al andar”. No hay trayectoria. Entonces, cuando me preguntan : “¿Cuál es su proyecto terapéutico?”, yo respondo: “Se hace camino al andar”. Porque si hay un proyecto, si hay una línea, una duración de la estadía, si hay cosas como esas, está todo arruinado, no habrá camino que se hará al andar; no estamos en las autopistas, en la vida cotidiana se trata de eso, en el deseo: es justamente en el camino que se hace al andar, por libertad, que puede haber, por azar, en un cruce o no, pero por azar, un encuentro. Un verdadero encuentro no es simplemente buenos días, buenas noches. Un verdadero encuentro es del mismo orden que la interpretación analítica, es decir, que eso cambia alguna cosa. Después de este encuentro, ya no será más como antes. Un verdadero encuentro es la “tyché”. Lacan, en “Los cuatro conceptos”, en el capítulo “Tyche y Automaton”, habla de la tyché: es el azar que toca alguna cosa que va a inscribirse, que hará surco en el Real, que no podremos borrar. Y después ya no será más lo mismo.
Entonces, en un sistema colectivo como este, con esquizofrénicos, puede haber verdaderos encuentros, pero no podemos programarlos. A menudo yo digo que hay que programar el azar, pero frecuentemente esto fue mal comprendido: hay que programar el hecho de que puedan existir libertades de circulación que permitan que haya azar y constelación. Pero no diremos: “¡Esta tarde, encontrarás el azar!”. ¡Es ridículo! He ahí. Es una idea aproximada, pero habría que decir mucho más. Por ejemplo, aquello que he llamado “espacio del decir”. Eso puede parecer bizarro, “espacio del decir”, pero esto me vino en una reflexión a partir del trabajo de Gisela Pankow, que conozco bien, y que desarrolla desde siempre la noción de “injertos de transferencia” (greffe de transfert). En las psicosis, aquello que llamo el narcisismo originario está completamente arruinado, con fisuras, a menudo en relación con los defectos de estructura del Gran Otro. Por ejemplo, en “Estructura familiar y psicosis” (es un libro magnífico), Gisela Pankow muestra bien las relaciones entre el cuerpo vivido y la estructura familiar institucional. A fin de cuentas, la familia es una institución, ¡y no demasiado graciosa!
Pienso ahí en un esquizofrénico particular, del cual la característica era (lo que se encuentra en muchos esquizofrénicos) estar en “ninguna parte”. (¿Dónde está? ¡En ninguna parte!). Salomon Resnick (que es un amigo) retoma el ejemplo clínico. Es solamente un pequeño trozo del esquizofrénico que está ahí. Él ha dejado otros pedazos en otra parte; tal vez haya que ir a buscar lo que quedó fuera del consultorio: hay nueve décimos que están en otro lugar, ¡es importante saberlo! Él está en ninguna parte, entonces antes de poder tener un discurso analítico concreto (podemos decir histórico, o más bien “historial”, en el sentido de Heidegger, Geschichte, en el sentido de reanudación de una historia), es necesario que el esquizofrénico esté en alguna parte. Es sobre esto que insiste Pankow, a justo título: antes de temporizar alguna cosa, es necesario, no verdaderamente espacializar, pero es necesario estar ya en alguna parte. Es necesario estar delimitado en su cuerpo, no ser como en Magritte o Dalí, con un cuerpo transparente a través del cual vemos las montañas, es necesario rehacer todo aquello. Y esto demanda un esfuerzo enorme, no solamente un esfuerzo de relación, sino también un esfuerzo colectivo.
Yo cuento a menudo la historia de un esquizofrénico de ninguna parte. Ese tipo no podía estar en ninguna parte, un tipo hiper inteligente, que inventaba asuntos, ¡había incluso inventado cosas para sacar beneficios de la Seguridad Social! ¡Eso valía la pena! Había enviado eso a todas las embajadas del mundo. Pero él no estaba ni en su pieza, ni en una silla, ni en un comedor... ¡En ninguna parte! Afortunadamente, estaba sobre una bicicleta remendada, transportando una máquina de escribir y papeles. ¡Pero era trágico! A tal punto que a veces, cuando yo quería verlo (forzando un poco), al cabo de cinco minutos, yo me detenía ya que si no, en el consultorio, él se hubiese desvanecido, estaba totalmente sudado. Entonces, para poder hablarle (yo lo veía a diez metros, de otro modo no lo soportaba) una vez le escribí por el correo. Él recibió mi carta diciéndole que me gustaría verlo, tal día, a tal hora. Él estaba allí, en La Borde, pero eso no cambia nada, él había recibido mi carta. Pero un día pudimos modificar lo que llamamos en La Borde el “rez-de-chaussée” (planta baja). Es toda una historia, la planta baja del castillo, era un lugar de pasaje, de vida, pero a menudo mal mantenido, sobre todo después de los post-sesenta-y-ocho, que no comprendían nada. Pero una vez que eso fue limpiado un poco, volvió a estar vivo. Al cabo de un año, me dijeron: “Sabes, un tal, el esquizofrénico de ninguna parte vino esta tarde a las ocho a sentarse en el sillón de la pequeña sala, abrió un periódico, estaba tranquilo, se quedó hasta las diez”. ¡ Oh la la ! Esto puede parecer idiota, faltaron años de guerrilla con las bandas de los supuestos “curadores”, ¡un trabajo gigantesco para llegar ahí! Incluso si se quedó ahí solo dos horas, ¡qué logro! Es como la sonrisa de hace un rato.
El día siguiente alguien me dijo (otro, que no estaba para nada esquizofrénico, pero un enfermo que estaba ahí desde hacía tiempo): “Es curioso, anoche, a las diez, yo estaba cerca de la pequeña sala, me senté, he tejido, y me dije que hacía años que no me había sentido ¡tan bien!”. No fue por azar. Había algo en el ambiente, al nivel de lo que yo llamo “connivencia”. (Es la ciencia de los gatos: cerrar los párpados). Había una connivencia que había cambiado, había otro aire, todo otro ambiente.
Y es con el ambiente que sanamos a la gente. No es haciendo discursos, haciéndose el listo, el interesante, diciendo: “¡Yo soy el profesor tanto!”. Eso me hace reír, ¡es payasesco todo eso! Es mucho más con el ambiente, pero ello requiere un trabajo enorme. Y puede entonces crearse el espacio del decir. El espacio del decir, no es algo que encargamos así como así, en el lugar: “¡Yo voy a hacerles un espacio del decir!”, es algo que llega allí, como un efecto de sentido o un efecto de emergencia. Podemos pensar entonces que hay “semblante” por ahí, la emergencia de algo en relación con el orden del decir, de un decir que no se dice. Es la misma distinción que frecuentemente hacemos entre la lengua y el lenguaje: la lengua se habla, en cambio el lenguaje es una estructura infinitamente compleja. Podemos tener acceso a uno u otro, pero sobre todo por los intersticios, es decir, por los entredichos, a través de algo que justamente los va a “conjugar”, y que está entre las palabras. Lacan decía: “Entre las palabras y entre las líneas”. El sentido está entrelineas. Sabemos bien que el contexto (refiéranse a Roland Barthes, Hjemslev y otros), el contexto, es justamente aquello que da lo connotativo, el sentido. Lacan decía también: “Entre las líneas, ¿qué es lo que hay? Es el enigma”. Tiene absolutamente razón. Y si no tenemos acceso, incluso sin saberlo, a aquello que es el enigma, estamos errándole completamente al blanco. Ahora bien, si queremos tener un respeto, un poco de ética hacia el prójimo, es decir, de su deseo inconsciente e inaccesible, que justamente no podemos forzar, que debemos simplemente hacer emerger; se trata de considerar al otro en su enigma mismo, y sobre todo no pretender suprimir este enigma... No estamos en la glasnost, no estamos en la transparencia. Lo que yo llamo respeto por el otro, es la opacidad del otro.
Esto no quiere decir que nos dará igual, por el contrario. Es ahí que hay que introducir los ejercicios de lo próximo y lo distante, que debemos verdaderamente trabajar la dialéctica para estar justamente lo más próximos del otro, pero ¡sin jugar al toqueteo!
Estar lo más cerca del otro es justamente asumir la lejanía del otro, en su opacidad. Y es esta dimensión de enigma, de la cual habla bien Lacan, la que está en cuestión cuando se trata del deseo. El deseo, eso persiste enigmático e inaccesible pero, sin embargo, es eso lo que hace el valor, a fin de cuentas, casi el alma de alguien. Ese es nuestro asunto. Ahora bien, ¿cómo poder tratar esto? No se trata de decir : “Yo soy un gran psicoanalista y me ocupo de las psicosis”. Si el tipo insiste demasiado, es mejor decirle: “Es un delirio megalomaníaco lo que tu tienes, mi pobre muchacho, ¡es incurable! ¿Por quién te tomas? Esa omnipotencia, por tu palabra, por tu presencia, ¿vas a sanar el mundo? ¡Divertido! “ Un poco de modestia, sin la cual caemos en la megalomanía, analítica u otra.
Es eso lo que quería decir en pocas palabras. ¡Esto requiere por supuesto un mayor desarrollo! Pero a fin de cuentas (¡y termino aquí para que tengamos tiempo para discutir!), lo que está en cuestión en todo esto, si quisiéramos decir las cosas de modo más tradicional, es que trabajamos (un poco como decía Heráclito, mucho antes que Platón) a nivel del logos. Y el logos no es simplemente hablar. El logos, es la puesta en relación, es la medida, son las proporciones, pero al mismo tiempo es la reagrupación, la reunión de alguna cosa. Es por ello que pienso que Lacan tenía razón de haber traducido, en el primer número de la Revista de Psicoanálisis de la Sociedad Francesa de la época, en 1955, el texto de Heidegger, sobre Heráclito y el logos. No es por azar. A menudo yo agrego que lo que está en cuestión es a través del movimiento mismo, ya que no hay logos sin movimiento, es lo que yo llamo la “kinesis del logos”. Ahora bien, estamos al nivel de la kinesis del logos. Si no caminamos, si no nos activamos, en el sentido de los métodos activos, no estamos al nivel de la kinesis del logos. No estamos al nivel de la reagrupación y entonces estaremos aún más lejos de todos los problemas de la disociación esquizofrénica, que son inaccesibles. Actualmente vemos florecer -si podemos decir “florecer”— especies de campos pero bajo otro nombre, es decir, establecimientos submedicalizados, sin actividades serias, donde ya no sanamos a la gente... No crean tampoco que yo haga una distinción entre psiquiatría y psicoanálisis, ¡no hay que bromear! Porque el psicoanálisis hay que hacerlo e inventarlo en permanencia, y la psiquiatría tendría aún también mucho camino por recorrer, en lugar de ser destruida como se perfila actualmente. Ahí está más o menos lo que yo quería decir, en asociaciones dichas “libres”, más o menos, caminando en el camino que se hace al caminar, de libertad de circulación y espacios del decir.
Debate:
Catherine Marty: En el espacio del decir, en ese efecto de sentido del cual Ud. habla, me hubiera gustado que desarrollara aquella posición particular del analista, esa función más o menos uno que Ud. acaba de abordar, que parece importante justamente por esa connivencia, la distintividad, ese trabajo que podemos realizar en las reuniones de constelaciones.
Jean Oury: Al menos un principio de respuesta, ya que demandaría desarrollarlo mucho más. Está en relación con numerosas cosas. Usted habló del problema de las constelaciones. ¿Qué quiere decir eso? Toda persona, un esquizofrénico por ejemplo, que está en una colectividad —ya sea en el hospital o dentro del sector mismo, ¡por qué no!- si hay libertad suficiente, si la persona no está encerrada en una celda — Uds. saben que eso florece nuevamente, hay cada vez más celdas-, si tiene ocasiones de encuentros, podrá formarse una constelación. Es un término a menudo destacado por Tosquelles: “constelación”, como las estrellas. Es decir que existen personas que cuentan para ella en su vida, y cuando le faltan una o dos está menos bien o está mejor, eso depende pues pueden contar en positivo o en negativo. En fin, hay un cierto número de personas que cuentan. Ahora bien, la constelación, hay que tener cuidado, no es forzosamente benéfica para ciertas patologías. Puede a veces ser una resistencia, incluso algo horrible. En las colectividades hay un reagrupamiento por afinidades, y vemos bien las segregaciones y el racismo que esto puede secretar: los jóvenes contra los viejos, los tipos más o menos enfermos que haremos caer... Eso ya exige una estructura, dicho de otro modo, una especie de otro- no sé qué, que haya grupos que reflexionen.
Pero un grupo es necesario para dar un baño de intercambios, de lenguaje por supuesto pero también de intercambios, de amistad, de atenciones, para funcionar al nivel de las relaciones elementales, no sólo de parentalidad sino también intercambios afectivos y otros. Pero eso no es suficiente para sanar a alguien. Para que pueda haber una suerte de puesta en cuestión más fundamental de la personalidad, es necesario que se establezca lo que Bonnafé llamaba “un coloquio singular”. Pero no es aún suficiente, no es simplemente un coloquio singular, es el establecimiento de una relación puntual y regular, todos los días o varias veces por día, con alguien que tiene el lugar de la “función”. Entonces, ¿por qué la función? Esto quiere decir que hay alguien que no está tomado en esta superficie de grupo.
De manera lógica, ¿cómo podemos definir, matemática o lógicamente, una estructura? Se requiere una superficie, todo lo compleja que queramos, puede ser un plano o un crosscap u otra cosa, pero es siempre necesario que haya un punto que no esté en la superficie. Una estructura, es una superficie y un punto exterior. Si el punto exterior está en la superficie, ¡está arruinado! En las colectividades vemos a menudo formas paranoicas de grupo: ocurre cuando lo simbólico viene a estrellarse sobre lo imaginario. Podemos decir, retomando los esquemas de Lacan, que I (el ideal del yo), se colapsa con (a). Es la definición misma que hace Lacan de la hipnosis. Es también la definición de lo que es “imaginarizar” lo simbólico. En todas las instituciones, en todas las escuelas, en todas las prefecturas, la gente “imaginariza” lo simbólico y eso crea conflictos tremendos. Se encierran. La enfermedad de todos esos grupos es la separación, cada uno en su pequeño reino; es penoso, cada uno en su pequeña oficina y son los otros los estúpidos, ¡no nosotros! Para evitar eso: la función -1. Es una función analítica que no está tomada en el grupo, y es por esto que la he llamado -1 y no +1, ya que si no tomamos esta precaución eso hará uno más en la constelación, lo que no arreglará nada. La dificultad es que hay personas que dicen: “Yo soy la función -1”. Esto es lo peor pues eso no se encarna. Y a veces hay que ser varios para la función -1. En lo que yo llamo las co-terapias se es varios para asumir la función -1, y no se está de más para justamente distinguirse de la vida de todos los días. Esto corresponde a la dimensión de lo que podríamos llamar “el rasgo unario”, que se perfila ahí. Es eso lo que está en cuestión, al menos en el plano lógico. Y esto corresponde también a un pequeño esquema que hice, en relación con el esquema del florero de Lacan. Ese punto, esa función -1 no está lejos de aquello que en la vida de todos los días va a estar dentro de la consistencia imaginaria, el reflejo casi, de un punto de reagrupamiento, eso que llamé el “logos” anteriormente. Hay dificultades al nivel de este punto, que será justamente aquel a partir del cual podrá elaborarse algo. Ahora bien, es ahí que hay una suerte de conjunción lógica entre ese punto de la función -1 y lo que podríamos llamar el punto de la transferencia.
Respecto de este tema, quería decir unas palabras para precisar lo que llamamos el decir. Por ejemplo, en aquel texto de Lacan que cité hace un instante, “El atolondradicho”, desde las primeras páginas hay una frase sobre la cual va a intentar trabajar. Es una frase donde hay una distinción entre el decir y el dicho. Él pone el decir en subjuntivo. Es muy interesante. Lacan es un gramático, en el sentido tradicional, es decir, en el sentido de la lógica; la lógica misma es la gramática, no es la sintaxis. Él dice: “Que digamos queda olvidado detrás de aquello que se dice en aquello que se escucha”. ¿Cómo retener este asunto? Yo había imaginado acercarlo (es una abducción, una hipótesis) de aquello que dice en otro seminario (creo que se trata de “Aún”). El se preguntaba cómo podemos representar el proceso analítico. Y retoma ahí una especie de grafo, que encontramos también en Pierce, ese que él llama “el ocho invertido”. Para aquellos que lo conocen, es el corte del crosscap.
El ocho invertido es un ocho al cual invertimos la cabeza, esto forma lo que él llama el “raffé”, es decir, que se pasa de un lado al otro. El gran círculo forma lo que representa para Lacan la demanda. El deseo es el pequeño círculo; el punto T es el punto de transferencia. Y luego está la línea de la identificación. El proceso analítico es lo que llevará todo el tiempo hacia el punto de transferencia. La transferencia es una posición en relación con lo que Lacan llamaba el leovésir1 del analista. El analista (en fin, su inconsciente) debe ser más deseante que el analizante, y no debe tampoco llevar verdaderamente al orden, pero casi, a fin de cuentas. Entonces, llevar a ese punto de transferencia. Sobre todo, no quedarse en la identificación. No se trata de identificarse con el analista diciendo: “¡Ah, qué lindo que es!, ¡Que inteligente! etc...” Es una imbecilidad. Eso ocurre, pero hay que “atravesar”, como dice Lacan, atravesar la identificación. Es por eso que hay un “raffé”. Entonces, yo me serví de este esquema ubicando el “que digamos” al nivel del círculo del deseo. “Queda olvidado detrás de aquello que se dice” al nivel de la demanda, lo que me parece bastante lógico. Y “enloqueseescucha”2 al exterior de todo esto. Es una fantasía.
Otra fantasía: creo que es al final del seminario “La identificación” que Lacan insiste sobre la importancia de lo que llamamos “ser reconocido por el otro”, en particular sobre el plano imaginario. Pero entonces (¡y eso puede devenir dramático!) retoma la “función de la prisa” que elaboró en 1942: “me impaciento de verme parecido al otro, a falta de lo que podría yo ser”. Eso es terrible porque hay una suerte de precipitación a identificarse imaginariamente al otro, a su amigo, a su amiga o a otras figuras. Pero una vez que se está identificado al otro, se debe recomenzar todo porque es necesario aún identificarse a otro, y aún a un otro, y así en continuación, pero es a fin de cuentas la identificación al agresor. El problema es saber si es posible cortar esta carrera al infinito de identificaciones al otro. Y este corte, es justamente esto, la interpretación. Las constelaciones no trabajadas tienen el riesgo de ser identificaciones al otro hasta el infinito. Y el infinito, no tiene fin, pero su término es la muerte. Es lo que yo llamo “el vector paranoico” o lo que Pankow llama “el cuerpo reconocido por el otro”, no el cuerpo resentido ni el cuerpo vivido sino el cuerpo reconocido por el otro. La intervención analítica es justamente dar un alto a esta frenética carrera. Estas son pequeñas fantasías que aún habría que justificar, y en particular trabajando esta zona de la emergencia que está lejos de ser explorada. Para reflexionar sobre esta zona de emergencia será necesaria una fenomenología un poco más fina. Me gusta mucho, por ejemplo, lo que aporta Marc Richir, lo que él llama “la reducción fenomenológica hiperbólica”. Se trata de retomar ese cuestionamiento ahí, e intentar realizar lo que sin duda sería un trabajo muy interesante de conjunción con Lacan. Marc Richir retoma Merleau-Ponty en una obra aparecida después de su muerte: “Lo visible y lo invisible”, que comenta con centenas y centenas de páginas; en particular los problemas de entrecruzamientos, de quiasmas, de miradas, y sobre todo la noción de “Wesen sauvages”, de una lógica poética que es el material más riguroso que hay, esencial en la experiencia de cada uno. Este nivel es nuestro material. Si no queremos saberlo, qué se le va a hacer, pero es nuestro verdadero material de trabajo a fin de cuentas, ese nivel de Wesen sauvages y otras cosas. Hay, por ejemplo, expresiones que podemos explotar. A mi me gusta ésta: “¿Qué es lo que está en cuestión en lo que somos? ¿Eso depende de como fuimos plegados?” o: “Mi pequeño, si continuas...¡no hay que agarrar malas mañas!3” Tenemos razón de decir eso, un mal pliegue, eso depende del tejido que tengamos, ustedes saben, si se trata de una tela un poco seca, tendremos que plancharla, eso queda, y luego está arruinada, podemos intentar poner un poco de agua.... Ahora fabrican planchas que contienen agua, funciona mejor, pero aun así está arruinado. El pliegue es una noción muy antigua, que encontramos por ejemplo en Leibniz. Deleuze escribió un libro magnífico sobre Leibniz a este respecto. Leibniz hablaba de Zwiefalt, en alemán... Es difícil de traducir. Yo encontré también este término en un texto de Heidegger que se llama “Moïra”, el destino. Zwiefalt, a fin de cuentas, es el pliegue del pliegue. Hay todo un desarrollo de Deleuze sobre Leibniz, sobre los infinitamente pequeños, que habla del pliegue del pliegue. Ese es nuestro asunto, el pliegue del pliegue. Y Freud no estaba lejos cuando hablaba de los primeros clivajes, del “destino” incluso de la neurosis, de la psicosis.
Ahora bien, el pliegue del pliegue se manifiesta al nivel de la emergencia, pero no hay solo el pliegue del pliegue. Existe otro término alemán, magnífico, que fue desarrollado por Heidegger y citado en una nota muy explícita por Jacques Derrida. Este término alemán, casi intraducible también, es Zusage. Es la promesa, pero al mismo tiempo es la pregunta de la pregunta. Entonces es eso, la reducción hiperbólica: ¿por qué existen las preguntas? ¿Y por qué y por qué y por qué? Hay que detenerse en algún momento. Ahí estamos justamente en una lógica cuasi psicótica, a la cual debemos poder tener acceso a condición de estar dentro de lo que yo llamo “lo pre-pathico”, es decir, incluso antes del “patico” en el sentido de Maldiney o de Erwin Straus. El “pre-pathico” es la zona en donde hay algo que va a poder emerger. Hay también lo que llamamos “Unverborgenheit”: es un término difícil de Heidegger, traducido por Fédier y otros, por la antigua palabra francesa “déclosion”. En Tours deben conocer eso, con Ronsard: “La rosa que esta mañana había declosionado...” La declosión es algo que va a emerger y no brotar, es eso lo que está en cuestión. Heidegger retoma este mismo término en “El principio de razón”, explicitándolo como “lo que aparece del retiro”. Es aún mucho más fuerte que declosión. Y encontramos algo del mismo orden en un texto poético de Francis Ponge, en “La fabrique du pré”. Él habla de la hierba de la pradera de Lignon, el pré: la preposición por excelencia. Él habla de la hierba que crece, pero con un “impulso retenido”, que da la forma, y que a fin de cuentas da el ritmo. Sabemos bien que la Gestaltung, en el sentido de Prinzhorn, de Maldiney, es el hábito que se forma. Y en Benveniste, encontramos algo muy próximo dentro de la definición más originaria del ritmo, rythmos. Ahora bien, existen ahí dificultades de emergencia, en relación con esta dificultad de puesta en forma, y dificultades del ritmo. Es por ello que a menudo digo que los esquizofrénicos tienen una “disritmia”. No logran unirse y estar justamente dentro del “impulso retenido”. Por supuesto existen desarrollos fenomenológicos al respecto. No es para responder a la pregunta, ya que no podemos responder directamente diciendo: “La función -1, ¡es eso!” Pero ella está en relación con todo esto. Es necesario, de partida, señalar aquello que es de la emergencia, a condición de no estar completamente tomado en los efectos de sugestión imaginaria.
Michel Destouches: Continuando con lo que Usted nos decía sobre los grupos, y como yo me sitúo dentro de un espacio jerárquico, quería saber si usted hace un puente, si considera legítimo hacer un puente entre el status y lo real, el rol y lo imaginario, y la función y lo simbólico. Y eventualmente, si usted realiza este puente, hablarnos un poco de ello.
Jean OURY: Yo creo que es peligroso decir cosas como esas. Es peligroso por lo simbólico, lo imaginario y lo real. Ya que estos son, ante todo, dimensiones de lógica, que introducen un “triadicidad” (triadicité) en la reflexión. Hay una tríada lógica. Mientras que status, rol y función no me parecen de ese orden. Yo digo desde siempre que el primer ejercicio a realizar cada mañana, es distinguir status, rol y función. El status, no está verdaderamente sobre el plano simbólico, incluso si lo toca, es: “Tú estás contratado en tanto que psicólogo, enfermero o cocinero, es tu status”. ¡Vayan a ver la hoja de pago y verán el status! Pero esto sigue siendo algo que no es verdaderamente simbólico sino más bien del orden de la realidad, es decir, una mezcla, un entrecruzamiento entre lo simbólico, lo real y lo imaginario. Al contrario, el rol podemos definirlo como queramos. Ha habido tesis sobre el rol, por ejemplo un libro de la señora Rochoblave que data de unos cuarenta años. Hay cuestiones que se formulan de manera exhaustiva, pero como es contradictorio, podemos elegir lo que queramos, podemos incluso inventar un sentido. Ahora, yo inventé para mí un sentido del rol: el rol es a menudo aquello que ignoramos nosotros mismos, son los otros quienes lo dan. Por ejemplo, pienso en un esquizofrénico que era visto por una psicoterapeuta, médica de La Borde. Ella lo veía durante algunos minutos cada tres o cuatro días. Lo veía diez minutos en promedio. Un día, tal vez ella se encontraba apurada o cansada, y lo vió 3 minutos. El tipo se enojó diciendo: “Sabe usted, necesito siete minutos cada tres días, sin lo cual las palabras pierden su sentido y no puedo estar con los otros en la mesa, ¡puedo ser muy violento en esos momentos!”. Y al mismo tiempo, él le dijo:
1 Se mantiene el término del original. No se encuentra traducción. En la versión que aparece en la revista *Topía* dice "deseo".
2 En el original dice: “Et tmd’a dans ce swi s’entend”.
3 En el original hay un juego de palabras entre plié (plegado) y plis (pliegue) que se pierde. En la traducción que aparece en la revista *Topía* se traduce mauvais plis como "mal pliegue", nosotrxs elegimos “malas mañas” ya que en castellano no existe la expresión “malos pliegues”. También podría traducirse como “mal acostumbrarse”.
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