Este no es un homenaje; a lo sumo, un testimonio.

Danielle Roulot1

A Jean Oury no le hubieran gustado todos estos “homenajes a Jean Oury”.

No era discípulo de nadie, y no habría soportado ser caracterizado como un “maestro”, con discípulos aferrados a su palabra. Por supuesto, nos transmitió conceptos, especialmente de Lacan; y otros que él había inventado, entre los cuales la “transferencia disociada” me parece el más importante.

Esto no quiere decir que no haya tenido una personalidad fuera de lo común. El sentido, ustedes saben, el pequeño torniquete de Lacan: el semblante, el Otro, el producto y la verdad. El semblante estaba sucesivamente ocupado por S1, S2, $, a; lo que conformaba los cuatro discursos de Lacan: discurso del Amo, discurso de la histérica, discurso académico, discurso del analista. Oury insistía en que los cuatro los discursos se suceden para dar sentido.

Y él era un virtuoso en el pasaje de uno a otro de estos discursos, por lo tanto, en el camino del sentido para cada uno de sus auditores.

Una cosa más, el factor “C”. Si podía hablar tan claro era porque, de una vez por todas, se había dado el “derecho a la tontería”. No es tan fácil que una se da el derecho a la tontería, porque necesariamente tenemos que dejar de lado nuestro narcisismo especular y no ver al otro como juez. Por lo tanto, es necesario negociar con el superyó, sobretodo si está encarnado en el otro. Esto pone en cuestión la función.

Seguro conocen los apotegmas de Lacan: “Lo imposible es cuando eso no cesa de no escribirse”, “Lo necesario es cuando eso no cesa de escribirse”, “Lo contingente es cuando eso cesa de no escribirse”. Me permitiré añadir: ¿Qué es cuando eso deja de escribirse? La vida de Jean Oury dejó de escribirse el 15 de mayo de 2014, a las… “Once de la noche en La Borde”. Recientemente él me había preguntado qué me había “enganchado” de los primeros seminarios en La Borde. La respuesta vino sin pensarlo: “La Ética”.

La ética no se puede aprender. Ni siquiera podemos decir que se transmite como un paquete. Sí, puedo decir, “exudaba” de sus seminarios, de sus intervenciones, incluso cuando contaba “pequeñas historias”, como él decía. Tantas anécdotas que transmitían algo íntimo, y que él contaba con mucho pudor: la historia de una vieja carnicera; la de un hombre que se inclinaba sobre su silla para recoger las flores de su alfombra. Me gustaba especialmente la historia de su llegada a SaintAlban: Subía unos escalones en el hospital y no había nadie. Finalmente, ve a una anciana, obviamente delirante y demente, que lo mira y le dice: “El cielo está llegando”. La pequeña Lulu, a quien decidió dedicarle todo un seminario en Sainte-Anne en un futuro próximo.

Jean Oury jamás preparaba sus seminarios u otras intervenciones. Porque los preparaba constantemente, entre dos consultas, y sobre todo por la noche, a partir de las 23h hasta la 1:30h de la madrugada, a veces incluso más. Las raras veces que “preparaba” un discurso, arrojaba palabras sobre una hoja de papel, palabras que unía con flechas en todas las direcciones, incomprensibles para cualquiera excepto para él.

Me enervaba, al final, que en cada una de sus visitas me trajera un libro, o un artículo para leer. Pero él solo vivía para eso.

Ocasionalmente, incluso en una doble página, trataba de encajar todo según sus asociaciones. Casi siempre su punto de partida era el estadio del espejo, y a menudo también el nudo borromeo.

Él no preparaba nada, pero necesitaba, antes de hablar, de un “punto cero” de unos minutos. Yo caminaba en silencio a su lado, entre el bar donde se reunían algunos de la banda y el anfiteatro. Él sabía cómo “vaciar” su cabeza antes de hablar.

Su palabra fluía fácilmente, pero luego de cada seminario, se inclinaba hacia mi y me susurraba al oído: “Entonces, ¿cómo estuvo?”. Ahí era necesario que yo hiciera un esfuerzo: “Estuvo bien”, “Estuvo muy bueno”, “Notable”, “Genial”…

Para que conste, debo decir que me di cuenta que él comenzó los seminarios de La Borde quince años después de la muerte de su madre (Jean Oury es la única persona que conozco que nunca ha criticado a su madre) y que comenzó los seminarios de SainteAnne quince días después de la muerte de Jacques Lacan, con la ayuda de Jean Ayme.

Estoy aquí, en este mes de agosto, escribiendo sobre Jean Oury en lugar de hablar con él. En los últimos años, él había reducido mucho el número de sus consultas; y yo me había retirado oficialmente, pero manteniendo una actividad liberal reducida. Pasábamos las tardes juntes, trabajando o charlando. Le gustaba hablar de su infancia, la “zona”, la llanura de Nanterre. De su amigo de la infancia Rino Stocki, con quien reparaba bicicletas… El piano, con la señora Schultz y la señora Casadesus. Una quería que se convirtiera en un gran intérprete, la otra quería que se convirtiera en director de orquesta (quizás al final logró hacer las dos cosas...). Su adolescencia, en la que recorrió toda Francia en bicicleta junto a Robert Millon; las tres veces que estuvo a punto de recibir un disparo... Su perra Nenette, que venía corriendo desde el fondo del jardín en cuanto él empezaba a tocar el piano y que tenía su cucha cerca de él; Carmen, su “novia” cuando estaba en el jardín de infantes; y una escena que para él, como decía a veces, resumía su vida: De adolescente ya era muy alto. Un niño le dice: “Súbeme hasta allá”. Cuando levanta al niño a su altura, recibe una bofetada. La hermanocidad2, término que había tomado de Sartre, cuando sus dos hermanos mayores se peleaban y ambos se volvían contra él si amenazaba con decírselo a su madre. Sus tres analistas, decía: Gide, Kierkegaard y Lacan, en orden cronológico. La vez que Lacan (con quien estuvo en análisis más de treinta años) le ruega que entre a su despacho, y Oury le dice: “¿Tal vez, podría hacer salir al que está en el diván?”. El suicidio de Lucien Sebag en La Borde; sus vínculos con cierto número de etnólogos. El suicidio de Nicole Ladmiral, del que decía no poder hacer el duelo.

Sólo he visto llorar a Jean Oury una vez. Fue cuando una llamada telefónica desde Brasil le anunció la muerte de Paulo Emilio Salles Gomes. Paulo Emilio era para él “El amigo absoluto”. Se habían conocido cuando Paulo Emilio huyó de la dictadura de Vargas y se refugió en Francia. Oury tenía quince años, Paulo Emilio unos años más. Paulo Emilio lo presentó a filósofos y fortaleció su base política; lo había llevado a una reunión organizada sobre los procesos de Moscú, la línea Jdanov...

Jean Oury era un marxista convencido, pero un antiestalinista frenético. Insistía mucho, últimamente, en la distinción entre la economía restringida y la economía generalizada.

Jean Oury adoraba a los gatos, ellos le correspondían. Incluso inventó una etimología de la palabra “connivencia”. Decía que estaba relacionada con los gatos, que cierran los ojos dejando que una mirada se filtre entre sus párpados entrecerrados. No podía sentarse a la mesa sin que “Mademoiselle”, la gata de su hija menor Nadia, saltara sobre su regazo.

Y él tenía un amor especial por “La Emperatriz”, mi gata Chabada, que corría desde que escuchaba su voz, y que mañoseaba para subir a su falda. Yo estaba obligada a acorralar a Chabada para ponerla en su regazo. Después de todas sus mañas, era la felicidad perfecta para Chabada, y tal vez también para Oury.

Jean Oury decía que no podemos pensar en filosofía si no nos hemos rozado con las ciencias. Así que él tenía varios certificados científicos, en particular un curso de química y física sobre termodinámica. Mantuvo consigo un cuaderno de ese curso. Le apasionaban las “láminas delgadas”, la física de las burbujas de jabón y la termodinámica de los fluidos, etc.

Para él, la medicina también era una ciencia a estudiar. Hasta hace poco calificaba de “poéticos” los conceptos operacionalizados, realizados por buenos neurocirujanos.

Un nombre se me queda en la cabeza: “Dervidchan”, con quien casi trabaja en el museo de historia natural del Jardin des Plantes. Todo le interesaba.

No recuerdo quién le habló de dos lugares gratuitos como interno en el hospital de Saint-Alban. Es bastante natural que haya ido con su amigo Robert Millon. Tosquelles le dio para leer la tesis de Lacan; un mes después le confesó que no había entendido nada. —Léala de nuevo— respondió Tosquelles. Él cumplió, y esta vez, pudo intercambiar comentarios con Tosquelles sobre Lacan.

En Saint-Alban, descubrió otra pasión: La que llamamos “arte bruto”. Sus dos primeros escritos estuvieron consagrados a esto: Aimable Jayet y Arneval. Después, estuvo Forestier... Éste movilizó una correspondencia y luego una amistad con Jean Dubuffet.

“Cuando llegué a Saint-Alban, en 1947, ya estaba casi todo hecho”, dice Jean Oury. Los muros ya habían sido derribados; no había más sector de agitados, sector de seniles, no más celdas, no más salas de contención. Pero había un club, un comité hospital, “puertas abiertas”. Lo sabemos, ninguno enfermo murió de hambre en Saint-Alban, con la ayuda de… la tuberculosis. Cuando un paciente estaba cansado, demasiado delgado, era declarado “tuberculoso” y su ración de comida aumentaba. Se hacían salidas para ir a ver a los campesinos y buscar provisiones. Debemos rendir tributo aquí al Dr. Chaurand y al Dr. Balvet que ayudaron a Tosquelles en esta humanización del hospital. Y también a las “enfermeras” que habían conocido la guerra, los campos de prisioneros o los campos de concentración; y no tenían ganas de reproducir tales estructuras.

Jean Oury estaba a cargo del sector de mujeres, donde la mayoría del personal eran monjas de la Congregación de San Régis. Tosquelles disfrutaba trabajar con las monjas. Él decía: “Cuanto más las molestas, más se ganan el cielo” …

Jean Oury solo estuvo dos años en Saint-Alban. En 1949, Tosquelles le pidió que reemplazara por un mes, en Saumery, a su compatriota Solanès, quien había sido nombrado profesor de la Universidad de Caracas. Oury no supo del truco de Tosquelles hasta veinte años después (Tosquelles, por miedo a no ser nacionalizado, lo mandó a “probar” el sector privado).

En Loir-et-Cher solo había las doce camas de la clínica Saumery. Oury logra que sean cuarenta y pide a la junta directiva que haga unas reparaciones urgentes. Como la junta directiva se niega, él hace un pasaje al acto. Sale a la calle con todes les pacientes que podían caminar y casi todo el personal. Instala a les pacientes en el “Hôtel de la plage” y hace que un ginecólogo le preste la planta baja de su clínica para continuar con las curas de insulina, mientras busca otra cosa. Amigues, incluido Félix, se unen a él en Saumery.

Finalmente, encuentra La Borde en 1953, un castillo algo destartalado vendido por el peso de la piedra. No tiene dinero y hace arreglos con el propietario: si el primer giro no se paga al cabo de un año, devuelve el castillo. Afortunadamente, La Borde está en un bosque y hay muchos árboles para talar. Por lo tanto, el primer acuerdo se paga con los cortes de madera.

En ese momento había 60 camas, pero la clínica se llenó rápidamente de solicitudes. El número de camas se incrementará gradualmente hasta la capacidad actual: 107.

Mientras tanto, Claude Jeangirard y Jacqueline Moulin buscan otro castillo. Elles encuentran La Chesnaie. Intercambios de pacientes y monitores se hacen rápidamente, pero cesarán una vez que la clínica de La Chesnaie esté funcionando. Hay serias divergencias entre Oury y Jeangirard.

En 1939, había un gran hospital psiquiátrico de 1.200 camas en Blois. En el momento del éxodo, el hospital fue cerrado y los 1.200 pacientes se encontraron en la calle. “Este es el mayor escándalo de la psiquiatría en Loir-et-Cher”, tronaba Oury_ Después, por supuesto, hubo un “saqueo” de las instalaciones del hospital (fregadero, grifos, etc.), entre los ocupantes alemanes y los colaboradores.

Juan Oury tenía un deseo secreto: que hubiese siete (¿por qué siete?) clínicas en Loir-et-Cher inspiradas en la psicoterapia institucional, a las cuales pudiéramos enviar un paciente-síntoma que fuera demasiado para el personal. Es cierto que algunos pacientes superan una institución, y que, si pueden moverse sin demasiada angustia, y cambian de lugar, pueden llegar a ser muy diferentes. Estos son en general los más astutos, aquellos que encuentran las fallas en la institución y que podrían beneficiarse de un cambio, entendiéndose por supuesto que, si manifiestan el deseo, pueden regresar.

Asistí a los seminarios de Jean Oury en La Borde, luego en Sainte-Anne. En sus intervenciones había un aliento casi épico.

¿Qué transmitía Jean Oury a través de sus intervenciones? ¿Ética, entonces, y retazos de saber? No era lo esencial, aun cuando el seguimiento de sus seminarios me ahorró muchas lecturas y animó a otras.

La Ética es la concordancia entre mi deseo y mi acción, dice Lacan.

La Ética no se aprende, se “transmite” a través de los discursos, a través del ambiente en el que nos sumerge una palabra verdadera.

Jean Oury hablaba poco de la Ética, pero en su interior había mucha y nos envolvía a todes _ Mantenerse en la Ética es a menudo difícil… Es quizás un regalo un poco envenenado, que nos empuja en todo momento a no bajar los brazos.

Para la Ética no se me ocurre otra palabra que no sea “transmisión”. Se transmite en todo el ambiente de su seminario, a la vuelta de una frase que hace sentido, un vuelo de palabras que te lleva.

Jean Oury me “transmitió” la Ética y esta ética es ante todo “No dejarse pasar una”:, como decíamos, cual adagio, en el GTPSI. El otro adagio: “No ceder en su deseo”, que me atrevo a comparar con una frase de Saint-Exupéry: “No hay nada que esperar de una misión fallida”. Esta frase me impactó. No sé en cuál de sus libros dice eso.

Pero no debemos confundir Ética y Superyó. La ética es una relación de yo a yo, o más bien está relacionada con la relación entre el yo ideal y el ideal del yo, regida por ɸ.

“No dejarse pasar una”: no es fácil porque hay pensamientos que preferimos callar. Y entonces, si, como dice Freud, nueve de cada diez pensamientos son inconscientes, no siempre es fácil tener un pensamiento que pase a la conciencia. Pero les otres miembres del GTPSI estaban allí para velar por ello. ¿No dijo Gisela Pankow, en una sesión a la que había sido invitada: “¡No! No me obligarán a quitarme las bragas”?

Me parece que la Ética es, ante todo: “No ceder en su deseo”. El deseo es difícil de definir (aparte de la famosa cita de Lacan sobre el objeto “a”, causa y objeto del deseo).

El deseo es inconsciente, inaccesible, repetía Jean Oury. A lo que añadiré la última frase de la Traumdeutung: es indestructible. Entonces, si Kierkegaard se atreve a decir: “Lo serio es lo serio”, para no empañar con argucias que no serían, serias yo diría:

“El deseo es deseo”. Y la transferencia es la transferencia.

Tosquelles, en la esquizofrenia, se atrevió a hablar de transferencia multidimensional y polifonía.

Oury inventó la transferencia disociada, que descubrimos en un guiño. Toma prestada una observación de Marcel Jouhandeau: En los rasgos del rostro hay un punto de agrupamiento, que él suele situar detrás de la cabeza, a la altura de la nuca.

Bueno, en las esquizofrenias no existe este punto de agrupamiento. Tosquelles inventó la transferencia multirreferencial y Jean Oury la transferencia disociada. La transferencia en las psicosis es pues a la vez polifónica, multirreferencial y disociada. La transferencia disociada condensa los tres tiempos de la lógica de Lacan: el instante de ver, por supuesto; el tiempo de comprender, reducido a cero en un buen clínico; y el momento de concluir... El “praecox gefuhl” de Rumcke, del que habla en 1950, no es otra cosa que la fusión del instante de ver con el momento de concluir.

Entonces, ¿cómo se presenta la transferencia en las psicosis? En todo caso, no como en la neurosis. Me toca contar una pequeña historia: François, quien ya tenía 50 años cuando lo conocí, era un gran esquizofrénico paranoico y violento, alucinado, vigilado por Radio Noire y acosado por locutores de televisión que contaban toda su vida privada. Yo era una psiquiatra joven, lo veía porque era mi trabajo ver pacientes. Lo veía cada tres o cuatro días, diez minutos, un cuarto de hora. Un día, por alguna razón, yo interrumpí la sesión antes. Él protestó, amable pero firmemente: “No, tengo que hablarle por lo menos diez minutos. Si usted me deja hablar diez minutos, las palabras mantienen su sentido durante tres o cuatro días, y puedo hablar con los demás”. Respeté su cadencia. Bueno, esa es una de mis pequeñas historias que a Jean Oury le gustaban. Para François, yo hacia figura de “función – 1” (expresión de Jean Oury). Inventó cosas a lo largo de sus seminarios: los “se-cae-de-maduro”, los “afagos”, la “función -1”, lo “colectivo” (máquina abstracta), “el arrièrepays” (que tomó de Yves Bonnefoy transformándolo), la “función decisoria”, y se me olvidan otras. Complete la lista usted misma.

Últimamente, su rostro estaba muy flaco, sus rasgos desdibujados. Ya no pensaba en arreglarse el mechón de pelo, como hacía antes varias veces al día.

Jean Oury también supo ser poeta… Me autorizo aquí a restituir la carta que me regaló por mi cumpleaños en 1972:

“Danielle,
Coche de cuatro estaciones
Que cada día pasa en la calle
Anunciando que ya es mañana
No detenemos el tiempo
Inexorable, día tras día, siempre nuevo en su declosión
El espesor del tiempo, con su desfile de imágenes, con un hilo diáfano que se vuelve encaje
Toma de posición que se desprende al mismo tiempo que se enarmonisa aún si nosotros giramos la cabeza con aparente cansancio...
Cosas y cosas se inscribieron desde lejos, muy cerca, siempre en un abierto fuera de tiempo, siempre allí, aliando escriba y ligereza, cada día, el día después del diluvio.
Flujo y reflujo, despejando playas distantes, dejando la huella de la espuma, como el primer día del mundo.
Clepsidra cansada que nunca se hastía del paso del tiempo, sentada en un banco en un parque de Milán...
Las nubes pasan en total serenidad
El tiempo y el reloj sólo son ilusorios, enmascarando la eternidad en un cuadrante solar, sombra día tras día...
Feliz cumpleaños Jean”3



Leer esta carta de cumpleaños me alivia cuando el dolor de la ausencia me desgarra.

Después del poeta, volvamos al pensador… Es un bricolage, en el sentido de Lévi-Strauss, espero. Mejor tomar una lupa.

Jean, nos dejaste demasiado pronto, dejándonos a todes huérfanes de tu palabra, pero te agradezco todo lo que me dejaste: la ética, el deseo, la transferencia… y tantas cosas más. Adiós, Jean, y gracias.



Especificidad y a-especificidad de la psiquiatría

a Félix Guattari

“Para nosotros es de suma importancia reconocer abiertamente que la ausencia de enfermedades psiconeuróticas puede ser la salud, pero no la vida”.

Es en estos términos que Winnicott, pediatra que se hizo psicoanalista por necesidad en su papel de médico, interperla a todos los psiquiatras: ¿Cuál es nuestra acción? ¿Suprimir los síntomas psiconeuróticos”? ¿Borrar los síntomas? Un laboratorio que fabrica tranquilizantes, distribuye para su publicidad enormes gomas de borrar (13cm x 7cm x 1cm): “Para borrar la agustia de sus pacientes”, dice el visitador médico...

Se debe haber equivocado de puerta. No soy psiquiatra para borrar los síntomas, ni para reintegrar, ni para rehabilitar, ni para resocializar.

¿En qué consiste realmente la vida?” Psicóticos, neuróticos, angustiades o simplemente humanes, esa es fundamentalmente la pregunta que me hacen.

Esta mañana, una mañana muy común, cuatro de ellos me dijeron: “No tengo más razones para vivir, que para morir”.

Al menos ellos, los oficialmente “locos”, los que están hospitalizados, los “adultos discapacitados”, los “inválidos”, pueden formularlo. La médica que soy, da vuelta para si misma, la frase en otro sentido; lo que me permite relajarme. Al menos, elles no tienen (¿aún no?) más razones para morir que para seguir con vida...

Escuchándolos, entendemos mejor: los matones, la violencia, lo que los sociólogos llaman “fenómenos sociales”... Esos para los que la vida de otro no tiene ningún valor. Porque ante sus propios ojos su vida tampoco tiene valor. Esos que, con sus actos, nos devuelven su pregunta: ¿En qué consiste realmente la vida? Ellos también han perdido, no una “razón para vivir”, sino el sentimiento mismo de que vale la pena vivir la vida.

Todos lo sabemos, incluso si para resolver estos “problemas sociales”, los dejamos en manos de unos “decisores” o de investigadores “psicosociológicos” debidamente designados por el Estado. Lo sé. Lo sabemos: Lo que también aquí está en cuestión es sólo una pequeña cosa; imperceptible, tan tenue; ya casi indecible; que además, se ha vuelto extraña a los oídos de nuestra sociedad de consumo… “Eso” que le da al individuo la sensación de que la vida vale la pena ser vivida: el deseo, como diría Jean Oury.

Los psiquiatras, algunos psiquiatras, aquellos a quienes la Caja Nacional del Seguro Social, el Ministerio de Salud y el “sentido común” aún no han logrado ensordecer, hacen de esta cuestión su cuestionamiento. Manifiestamente, en 2005, los filósofos que nos quedaban, le han dado la espalda: hay tantas cosas por hacer, conflictos en los que tomar posición, escollos para entusiasmarse con una causa...

Así que algunes psiquiatras, también “marginales”, incluida yo misma, ya no tenemos elección. No entiendo los textos de las leyes recientes, no comprendo que ser psiquiatra consista en “resocializar”, que la angustia y el sufrimiento se reduzcan a una batalla por la “re-inserción”... ¿Re-inserción en donde? “En la vida laboral”, dicen. Incluso si no hubiera desempleo, no es porque estén locos que los enfermos son estúpidos. Ellos insisten. Insisten con esta pregunta que sabemos vital, pero que preferimos no escuchar. Se trata de “eso” que le da al individuo el sentimiento de que vale la pena vivir la vida... No sé qué es este “eso” que hace que valga la pena vivir la vida. Sin dudas, lo tengo en mí. Pero a veces, “eso” que da ese sentimiento se vuelve borroso. El sentido se desvanece. Y yo, me pierdo en el subte... Elles están ahí, frente a mí, y sólo soy psiquiatra en tanto escucho este cuestionamiento. Poder escuchar, esa es la especificidad de la psiquiatría: “No tengo más razones para vivir, que para morir”.

Y el trabajo del psiquiatra, porque no puedo ni nombrar ni proyectar en el otro “eso” que hace que valga la pena vivir la vida, es establecer, lo que llamamos en nuestra jerga: la transferencia. La que tomará provisoriamente -el tiempo que sea necesario- el lugar de “eso” que da el sentimiento de que vale la pena vivir la vida.

Locos, desempleados, extranjeros, casos sociales, excluidos de todo tipo: un mismo problema. El mío, pero también la de ustedes. ¡En la actualidad, se supone que el psiquiatra debe readaptar! Y es sólo para silenciar más este cuestionamiento con el que me enfrento en cualquier consulta y que soy incapaz de responder. Lo cual es mejor para mí, pero también ciertamente para ellos. Es porque sus cuestionamiento me interpelan que siguen hablándome. Porque no hay respuesta. Está ahí, o no lo está. Si sigo con este trabajo es porque creo que eso les puede ayudar: que no pueda responder, porque también me interpela a mí en cada momento.

Entonces, ¿Poner el acento en los centros de crisis? Esto es forcluir deliberadamente este cuestionamiento. Y no sólo para tal o cual “enfermo”. Sino también para toda una generación. Y ante todo para cada une, para cada ser humano, en lo más profundo de sí mismo.

Pero, si es cierto que esta pregunta es de todes, hay quienes no resistieron este cuestionamiento: la “teoría del cristal” de Freud... El cristal se rompe por la línea de fragilidad, la cual sin embargo, es la línea de su estructura... Agitación, agresividad, despersonalización, delirio: tantas formas para intentar responder a esta pregunta, que tú y yo (excepto cuando me hablan), hemos conseguido meternos en el bolsillo, con nuestro pañuelo encima. El pañuelo con el que lloramos los acontecimientos del mundo: Yugoslavia, Ruanda, Sudamérica, Palestina, el racismo, el dogmatismo, el fundamentalismo y hasta “la pobre Francia”...

No puedo escapar a este cuestionamiento. No es que yo sea particularmente valiente. Pero “ellos” no me dejan olvidarlo. B., 35 años, quince años de hospitalización, está “curado”, ya no delira, ya no está hospitalizado, tiene su apartamento. “Mi vida es lúgubre, sin luz, sin apertura... Antes había sobre mi una impresión de luz... Es como si esta luz se hubiera ido”... Los profesores universitarios dirían que está de duelo por su delirio... “Desde que dejé de delirar, esta luz, ya no está. Pero estoy mejor. Ya no me siento como un personaje; Tengo la sensación de ser yo, en una constancia”... Buen trabajo, ¿no? ¡Hice el trabajo que tenía que hacer! Y es verdad que fue un trabajo. No fue una psicoterapia fácil y solo podíamos hacerla en una institución. Y durante tres años, ¡no diez días! Y ahora me choco con esto: ¿Cómo restituirle ese sentimiento, tan tonto, de que vale la pena vivir la vida? Tan pronto como estuvo fuera, socializado, normalizado, B. intentó suicidarse. “Me siento apagado... La vida sin delirio ha perdido su sentido. ¡Pero era porque la vida que deliraba no tenía sentido! Mi trabajo era llevarlo a esta pregunta, que él aún no sabe cómo formular: “¿Qué es lo que hace vivir?”. B. sabe perfectamente que no le voy a hablar de Dios, ni tampoco de ateísmo. B. sabe perfectamente que este cuestionamiento está en mi. Por supuesto, él estaría menos angustiado si se uniera a una secta o a un partido político, lo que a menudo equivale a lo mismo. Evitamiento de la castración, como dirían los psicoanalistas.

B. tiene diez años de hospitalizaciones de todo tipo (diurnas, nocturnas, a tiempo completo), internaciones forzosas, agresiones varias, “delincuencias”, alcohol, hachís, fugas, viajes patológicos (que se pretendian iniciáticos), daños en el equipo de algunos gendarmes -y diversos actos incendiarios (incluso en el sentido literal del término). ¿Un centro de crisis? Después de diez años de delirio, B. parecía “jodido”. ¡No es en diez días que podría arreglarse! Pero mejora; y me “otorga”, sin saberlo todavía, la pregunta fundamental. Un poco más y, B. me preguntaría, en nombre de qué lo “curaba”... ¿Para llegar a este sentimiento de apagamiento? ¿A este desaliento? Estoy fuera, ¿y ahora qué?”.

En un artículo póstumo, Winnicott habla de una joven esquizofrénico que se suicidó y que no dejaba de decirle: “Todo lo que le pido, es que me ayude a suicidarme por la verdadera razón y no por una falsa...”. “No lo logré”, dijo Winnicott, y ella se mató por desesperación. ¿La “verdadera razón” para suicidarse, la “verdadera razón” para vivir?

Entonces, los delincuentes, los violentos, los hijos de Harki y los hijos de emigrantes, aquellos que todavía tienen el coraje de admitir sus dificultades para vivir; los niños de los suburbios, para quienes la perspectiva del desempleo es solo la “razón” que encontramos para su desesperación, y no su origen. ¿Quién podrá hablar por los que ya no saben hablar, sino que sólo “actúan” su desesperación?

Algunos de nosotros, psiquiatras de una generación despreciada por la máquina tecnocrática, alejados de un pensamiento oficial que sólo nos pide “positivar”, creemos profundamente que el corazón de nuestro trabajo está ahí, en ese cuestionamiento sin cesar retomado por aquellos que se acercan a nosotros al sufrir de angustia: La enfermedad humana, dice Fernando Camon. Los que, día a día, viven con la angustia en sus cuerpos, en sus mentes que se vacían, en la insólita torsión de las líneas del paisaje, rodeados de títeres con caras de madera en los que se convierten quienes los rodean: amigos, familias, enfermeras, médicos. Quizás entonces son simplemente humanos, más que humanos, en la vanguardia de nuestra dificultad para vivir el desamparo, el dolor de amar, el mal de amor, el aplastamiento por la sumisión, la irrisoria protesta contra...

Entonces, ¿La especificidad de la psiquiatría? ¡Es su a-especificidad!

“Soy psiquista”, dijo F. Tosquelles. Pero hay, sin embargo, una tarea específica de aquellos que quieren ser “psiquistas”: Nunca eludir esta cuestión.

No es fácil. Requiere ante todo un trabajo sobre uno mismo. Aniquilar nuestros prejuicios, el sentido común, lo que “se cae-de-maduro”, como dice Jean Oury. Para permanecer abiertos. Antes de curar a los enfermos, debemos “tratarnos” a nosotros mismos, tratar a todos los equipos: para que cada uno de nosotros no pueda construir demasiadas defensas que nos aparten de lo que tenemos que hacer. Esa deberia ser nuestra formación.

La Borde, mayo de 1995

1 Danielle Roulot, psiquiatra y psicoanalista de la clínica La Borde, es coautora con Jean Oury de *Diálogos en La Borde*, París, Hermann, 2008. Último libro publicado: *L’avec schizophrénique*, París, Hermann, 2014.

2 En el original dice: frerocité. Neologismo entre hermane y ferocidad. (N. de las TT.)

3 “Danielle,
Voiture des quatre saisons
Qui chaque jour passe dans la rue
Annonçant que c’est déjà demain
On n’arrête pas le temps
Inexorable, jour après jour, toujours nouveau dans sa déclosion
L’épaisseur du temps, avec ses dés d’images, au fil diaphane qui se dentellise
Parti pris qui se déprend au fur et à mesure qu’il s’enharmonise même si l’on tourne la tête dans une lassitude apparente...
Des choses et des choses se sont inscrites dans le lointain, tout proche, toujours dans un ouvert hors temps, toujours là, alliant scribe et légèreté, chaque jour, au lendemain du déluge.
Flux et reflux, dégageant des plages lointaines, laissant la trace de l’écume, comme au premier jour du monde.
Clepsydre fatiguée qui ne se lasse pas du temps qui passe, assis sur un banc d’un parc de Milan...
Les nuages passent en toute sérénité
Le temps et l’horloge n’est qu’illusoire, masquant l’éternité d’un cadran solaire, ombre jour après jour...
Bon anniversaire
Jean”




Los derechos les pertenecen a lxs autores, el pasaje de lengua tiene licencia copyleft, haga lo que quiera, cite la fuente y use la misma licencia CC BY-SA 4.0